P101 EL PROFE COMPOTA Y LA REINITA DEL PUEBLO
Berthing León Villanueva, Venezuela 20 de noviembre de 2011
Mi buen amigo, ingeniero en Electricidad y MBA (Master Business Administration) Rafael Morales, a quien después llamaríamos El Profesor Compota (por lo gordito), en sus años como estudiante de Ingeniería de la Universidad de Oriente, utilizó unas “vacaciones útiles” en el período de descanso de la universidad, para sustituir temporalmente a un paisano suyo, Maestro de Escuela, maracucho (de Maracaibo) como el Compota, que debía someterse a una operación quirúrgica y por tanto debía ausentarse de sus labores que como Maestro de Aula cumplía en la escuela de un caserío en el interior del estado Anzoátegui.
Para allá fue a dar con sus huesos y con sus libros el universitario Compota; animado por el propósito de vivir esta experiencia y de acopiar recursos económicos que le posibilitaran "un segundo aire" para seguir la universidad y obtener el título universitario. Buscó alojamiento en una casita cerca de la escuela y a ella se mudó. Allí vivió de lunes a viernes durante el período de las clases escolares.
Como era costumbre en ese tiempo, la autoridad político-administrativa del pueblo era ejercida por quien fuera designado desde el nivel central y, qué casualidad, siempre se nombraba a quien tuviera la mejor disposición de recursos; en este caso y en este pueblo la persona con mayores recursos era el Dueño de la Bodeguita, abasto o tiendecita, que expendía desde una aspirina hasta Kerosene, pasando por los comestibles, ollas, plásticos, zapatos tejidos o alpargatas, cabuyas, árnica, yodo, sardinas, ron, espaguetis, cepillos, cuchillos, fósforos, panes, galletas, picantes, cerveza y refrescos fríos, piñatas, jugueticos, caramelos, cigarrillos, tabaco enrollado, chimó, pilas, sal, granos, azúcar, papel higiénico, veneno para ratas, etc., todo tan bien “ordenado”, o desordenado, que solamente el bodeguero conocía la existencia real y su ubicación dentro de su “hipermercado”.
El bodeguero, que a la vez de Jefe Político, era la máxima autoridad integral y total del pueblo; tenía que ver con cuanta actividad o evento se fuera a efectuar o no. Así, él sabía desde lo referente a las misas, sacramentos, padrinazgos; lo atinente a la escuela, al director, los maestros, las clases, el inicio y terminación del año escolar, las visitas de supervisión por parte de las autoridades superiores, el dispensario de salud, la policía, las siembras, las cosechas, controlaba la lluvia, el viento, los tragos, los créditos, los pagos, todo, todo y todo, hasta sabía de los cachos (cuernos conyugales), de quién con quién, desde cuando y dónde.
Las hijas de este mandamás estudiaban en la mejor escuela del pueblecito, es decir, la única, la escuela del maestro suplente Compota. La hijita mayor tenía 12 años, y por su alta posición en la sociedad de ese pueblo había sido la reina de las fiestas patronales, reina del carnaval, madrina del equipo y "dueña de la pelota". En su casa y en la escuela siempre se había hecho lo que su santa voluntad había determinado, con la bendición de su santo padre-autoridad.
Niña engreída y caprichosa, nunca se había esforzado por aprender ni por estudiar porque tenía la seguridad de que ningún maestrito se iba a atrever a reprobarla y en tal sentido jamás hizo caso de las advertencias de su maestro, el bachiller Compota, que en reiteradas oportunidades le había dicho: Eglys, no faltes a clases, haz tus tareas, estudia, sé disciplinada, no contestes mal, no grites; en suma, “compórtate”, porque de lo contrario “no irás pa'l baile”, es decir, no aprobarás el año y deberás repetir, la atrevida muchacha le dijo al Compota: !Atrévete!.
El maestro Morales habló varias veces con el padre de la retadora muchacha y le extendió la advertencia: si Eglys no corrige su actitud, comportamiento y rendimiento, no aprobará. El padre sonrió y calló; pensaba que como había sucedido con los anteriores maestros de la escuelita, el maestro Compota habría de ceder y acabaría aprobando a la reinita del pueblo.
Qué engañados estaban todos; cuando terminó el año escolar, el maestro Compota entregó la nota a las autoridades educativas y con ello concluyó su contrato con el Ministerio de Educación y hubo que regresar a Puerto la Cruz, que era la ciudad donde vivía y estudiaba. Como están suponiendo los lectores, el Compota le colocó la nota que Eglys había buscado, un 05/20 que debemos leer como cinco sobre 20 y no como cinco vigésimos; esto es, Reprobada, aplazada, "raspada". Precisamente fue así, Compota aplazó o reprobó a la reinita del pueblo y también “raspó” (raspar de que se fue) para su casa en El Puerto.
Pasados unos días, el bachiller Compota continuó con sus estudios de ingeniería en la universidad y se graduó con buenas notas, y gracias a ello, a sus buenas relaciones y a su buen humor, el Ingeniero Compota quedó contratado como Profesor Universitario.
Algunos años después, al inicio del año académico universitario, el profesor Compota había salido de un salón de clases e iba por una de las aceras techadas, con rumbo a la cafetería para tomarse un cafecito y despejar la cabeza porque en un cuarto de hora debía arrancar clases con otra sección; llevaba en la cara su sonrisa sempiterna y en las manos un cuaderno. Peeeeeeero, ¡Oh, sorpresas que te da la vida!: En sentido contrario, y en la misma acera, venía la reinita del pueblo, muy distendida y dicharachera, acompañada por cinco compañeros de estudios de la universidad, y ambos personajes, el ingeniero-profesor universitario y la Bachiller (así le llaman en Venezuela al que terminó la secundaria) Eglys, se consiguieron de frente en esa acera techada de la universidad.
Al ver y reconocer al Compota, Eglys se detuvo en seco delante del profesor Compota y mirándolo fijo a los ojos le dijo: !Compota, tú aún estás en la universidad?, hay que ver que tú si eres bien bruto muchacho; con tantos años ya deberías ser el Decano, qué pena (vergüenza) siento por tí!; el profesor Compota, un tanto sorprendido, también se detuvo, oyó el improperio y sonrió un poco más, pero calló y siguió su camino, dejando a Eglys riendo y burlándose de “lo atolondrado” que dejó a su ex maestro.
Cuando Compota terminó su cafecito consideró que era el momento de volver a clases y así lo hizo, consultó su agenda para cerciorarse el 23, número del salón donde tendría clases y hacia allá se dirigió.
El salón bullía de actividad, movimientos, gritos, entradas, salidas, arrastrar de pupitres, barullo, chacota, etc., hasta que el Profesor se acercó a la puerta. Inmediatamente alguien intuyó que el personaje que llegó era el Profe que en lo sucesivo tendría la sartén por el mango o el látigo en la mano, y gritó: “Llegó el Profesor, hagan silencio y tomen asiento”.
Al oír esta orden impartida “con autoridad” por uno de sus compañeros, inmediatamente cesó la bulla, los alumnos se sentaron ordenadamente y miraron hacia donde normal y rutinariamente se ubica el profe.
El profesor Compota ya estaba en el pupitre, de espaldas a los alumnos, arreglando la tiza, el borrador, su cuaderno de apuntes, y dando tiempo a que los ánimos “se calmaran” y que los alumnos “se ubicaran”; al terminar se giró y dio la cara a sus nuevos alumnos; y oh sorpresa, en la primera fila estaba sentada Eglys, la reinita del pueblo.
La “bachi” se puso pálida, se le cayeron los cuadernos al piso, trató de balbucear algo pero no emitió ninguna palabra. Recogió sus cosas y en silencio salió del salón, “a llorar al río” sería, porque no regresó, ya que el Compota era el único profesor de esa materia en la universidad.
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