156 Tarkarí de iguana es una comida exótica


156  TARKARÍ DE IGUANA ES UNA COMIDA EXÓTICA
Escrito por Berthing León Villanueva, en Barcelona, el 26 de Noviembre de 2017


Después de comer los huevos de iguana que le brindó el señor Manuel y que Bert aceptó por curiosidad, quedó intrigado y pendiente de tener la oportunidad de comer su carne, porque la mayoría de quienes trabajaban con Bert comentaban y ponderaban lo sabroso de las comidas que se preparan con ella.  En su caso,  para comer iguana solamente le separaba una línea muy delgada y era “tener la oportunidad”, que en realidad era como media línea por cuanto 3 años antes Bert había estado en Operaciones de Selva en Perú y allí no faltaron las comidas y las bebidas típicas del oriente amazónico, como son, comer cola de lagarto, ruedas de serpiente, tomar masato, etc. Así es que cuando le ofrecieron la iguana guisada acompañada de arroz y plátano frito, se sintió agradado y agradecido.
Algunos detractores dirán que “comer iguana es como comer pollo” y yo les contesto que SI, que la comida tendrá el sabor y el estilo que el cocinero quiera darle. Si a esta carne exótica se le quiere degradar preparándola y aderezándola como si se tratara de pollo, pues parecerá que estuvieras comiendo pollo. Y así ocurre con todas las carnes: de venado, de chigüire, de lapa, de sajino, de lo que uno quiera y pueda imaginarse. En conclusión: la iguana es una carne exótica y debes prepararla como comida exótica. La iguana debe tener una preparación especial para que tenga ese sabor especial. Así por ejemplo, los de La Cañada en el Zulia lo preparan básicamente con coco y los de oriente lo preparan como tarkarí  básicamente con curry por la influencia en sus costumbres culinarias “indianas” recibidas desde las islas cercanas, Trinidad y Tobago, Aruba, Curazao.
Bert tenía en su casa un rifle de balines con el cual mató su primera iguana con un certero disparo en la cabeza. La agarró de la cola y la metió en el maletero de su carro para entonces buscar alguien que se la cocinara. Fue al Centro Social y encargó esa misión a la señora María (Que Diosito la tenga en su gloria); una mujer muy buena gente que era la jefa de la cocina. María le dijo que no le gustaba ese animalito y que le lo iba a cocinar como un favor especial porque Bert siempre la trató muy bien.
Cuando fue a buscar su encargo, recibió dos ollas, uno con la iguana guisada y otra olla con arroz blanco, calentitas las ollas y con su contenido listo para complacer al paladar más exigente.  Agradeció profundamente y cuenta que disfrutó esa comida por tres días, hasta que se le terminó.
Bert comentó de la iguana guisada durante un juego en la cancha de bolas criollas del Centro Social, y uno de los “boleadores” le dijo que si alguna otra vez necesitaba cocinar una iguana él se la podía “pelar” (quitar la piel) y si deseaba, también se la podía cocinar.  Días después alguien trajo una iguana para obsequiar a Bert, ya sin piel, troceada y preparada para cocinar; Bert la aceptó agradecido y entonces fue a buscar a su nuevo cocinero, este era de apellido Requena y vivía en Chorrerón, en la vía de La Sirena; le dejó el dinero para que comprara los ingredientes y condimentos y en la tarde pasó buscando su tarkarí de iguana. Toda una delicia.
Todo bien, hasta que el chef se fue a vivir a Cumaná y se quedó nuevamente sin cocinero. Esto lo comenté en una conversación banal en la oficina de Administración y uno de los compañeros de trabajo le dijo que él sabía cocinar y que lo que Bert tenía que hacer era llevarle la iguana y listo; le respondió:
-    Te tomo la palabra; gracias Germán”.
Cuando la suerte está para uno, aunque el mundo se pare de cabeza la rueda de la ruleta le va a favorecer. Resulta que el jueves siguiente a las 7 de la mañana, al momento de subir a su carro para ir a la oficina descubrió que en la grama del jardín había una pareja de iguanas que estaban “haciendo iguanitos”, el uno montado sobre la otra.  Todos los presentes estaban fascinados; es decir, la parejita y Bert porque no había más nadie; la diferencia estaba en que Bert del estupor pasó a la acción.  Se acercó a ellos por detrás, con lentitud y determinación, se agachó, agarró a las dos iguanas por la cola y las levantó en el aire; Una en cada mano como si estuviera levantando unos trofeos.

Miró a su alrededor buscando ayuda para terminar de tenerlas “aseguradas” y no había ni una sola alma, ni cerca ni lejos; se puse a pensar cómo hacer para tomar estos prisioneros y evitar que huyan. Se miró de arriba a abajo con detenimiento y ¡Oh, sorpresa! Ese día no calzaba las botas de seguridad (las botas altas enterizas), en su lugar tenía puestas unas botas con cordones (trenzas o pasadores) largos.
Puso al macho en el piso y con la parte delantera del zapato derecho lo pisó en la cola detrás de las patas traseras de tal manera que impidiera que la iguana lo “latigueara” con la cola;  con la hembra hizo otro tanto con el otro pie, para así tener las manos libres y poder sacarse los cordones de las botas. Comenzó por asegurar al macho atándole las manos (las patas delanteras) en la espalda usando un extremo del cordón, igual procedió, con el otro extremo del cordón para amarrar las patas traseras y después, tensó en la mitad del cordón y amarró las cuatro patas; otro tanto hizo con la hembra y así, las dos iguanas quedaron inmovilizadas y pudo cargarlas cómodamente para introducirlas en el maletero del carro.

Entró al Departamento de Administración y fue directamente a la oficina del amigo que se ofreció para cocinarle la iguana; se saludaron y Bert le hizo recordar su ofrecimiento y compromiso; Germán dijo que sí se recordaba y que se la cocinaría siempre y cuando le lleve la iguana. Bert le respondí que entonces todo estaba resuelto y le pidió que agarrara las llaves de su carro y que lo acompañara al estacionamiento.  Como Bert había estacionado su carro al lado del de Germán, solamente era cuestión de abrir los maleteros para hacer el trasbordo y evitar de esta manera la intervención de la Guardia Nacional, porque estaba prohibida la “cacería” de iguanas.  Germán se sorprendió bastante cuando vio que se trataba de dos iguanas y no solamente una.
Hecho el trasbordo cerraron los maleteros y de regreso a las oficinas Germán le dijo.
-   mañana en la mañana te traigo tus iguanas guisadas”.
Yo creo que esa noche fue para Bert una noche larga larga, la ansiedad lo despertó muy temprano y después de trotar, bañarse y desayunar, ansioso bajó al edificio de Gerencia donde estaban las oficinas de ambos, pero su amigo lo estaba esperando en el estacionamiento para hacerle entrega de una olla mediana con las iguanas guisadas. Cuando Bert en agradecimiento le dio un abrazo y su respectivo apretón de manos notó que las manos de Germán estaban rasguñadas y más ásperas que una lija Nº 100. Le preguntó que le había pasado y Germán le dijo:
-   “Ya te contaré en mi oficina, porque el cuento es largo, ahora lo importante es que lleves esa comida a tu casa para que la metas en la refrigeradora porque es una carne muy delicada”. 
Cuando Bert levantó la tapa de la olla le dijo a Germán: 
-   “Esto es mucho para mí, deberás llevarte la mitad para tu casa”.  
Y Germán insistió: 
-    “Ya he comido bastante y hasta reservé varias raciones para mí porque a mi esposa no le gusta la iguana.”
Bert regresó a Administración en busca del amigo Germán para que le relatara lo sucedido en las manos que se las maltrataron tanto. Germán comenzó a relatar lo sucedido desde las 5 de la tarde del día anterior. Dijo que su plan era que rumbo a su casa en Puerto La Cruz se detendría un momento en casa de su mamá para pedirle que matara y “pelara” las iguanas; dijo que su mamá era experta en eso porque era margariteña y que ella les sacaba la piel “faciliiiiiito”, que las guindaba (colgaba) del cuello en un árbol que tenían en el patio, les halaba del cuero y que “eso salía muy fácil”.
Peeeeeeeero, cuando Germán llegó a casa de su mamá, la consiguió enfermita y en cama, con una gripe que la tenía postrada. En tales circunstancias, mi amigo le pidió a la mamá que le diera las instrucciones cómo hacerlo y que comenzara por indicarle cómo matarlas. La doña le dijo “Dales 2 tablazos en la cabeza y ya”; pero eso no resultó fácil para una persona inexperta como el amigo y después de 4 tablazos a cada una las iguanas “no terminaban de morirse” y él comenzó a desesperarse.
A las 6, cuando ya estaba oscureciendo, por fin mi amigo terminó con la existencia de las iguanas, creyó llegado el momento de quitarles el cuero y prosiguió la faena según le iba indicando su mamá: las guindó por la cabeza y cortó el cuero por la panza, yyyyyyyyyyyyyy a tirar del cuero, y NADA, duro el cuero como si estuviera pegado con soldimix, y hala y nada, y Germán HALANDO DURO DEL CUERO y por fin, allí iba saliendo poco a poco; pero la piel de la iguana es escamosa, está conformada por una coraza de escamas y partículas abrasivas como si se tratara de una lija gruesa de herrería.
Cuando el amigo Germán terminó de despellejar a las iguanas, ya estaba a punto de echar sangre de las manos que tenían las palmas llenas de cortes. Comprensible por la falta de costumbre en hacer labores parecidas y por lo delicadas que son las manos de quienes trabajan en oficina.  Se sobrepuso al dolor de las lesiones de sus manos y procedió a sacarles las vísceras y sobretodo extraerles la hiel. Hecho esto las despresó en pedazos de aproximadamente 5 cm., lavó las presas y las acomodó en una olla para llevarlas a su casa para cocinarlas.
Llegó a su casa el amigo Germán cargando su olla (más bien la olla de su mamá) y cómo es lógico la esposa le preguntó
-   Qué traes en esa olla”?
Germán, (que dice él que no es embustero), le dijo a Karina
-   Es carne de iguana y la traje para cocinarla”.
La esposa pegó un brinco y reclamó
-   En mis ollas no vas a cocinar iguana”
Y Germancito tragó seco para pensar cómo iba a hacer.
Karina, a pesar de ser de Pamatacualito, (Urbanización aledaña a la fábrica de cemento construida por la empresa para venderla a sus trabajadores) tenía tantas o más iguanas que Pertigalete,  pero A ELLA NO GUSTABA LA IGUANA PUES.
Bueno, Germán “se las ingenió” para cocinar en la olla de su mamá, guisó esas iguanas con curry y el aroma que desprendía ese tarkarí mientras se cocinaba inundó todo el vecindario. Todos se enteraron que algo extraordinario estaban guisando en esa casa. Para completar la tarea Germán preparó senda olla con arroz blanco, bien graneadito y con su punto de ajo como mandan los cánones de un buen chef y terminó friendo unas “tajadas” de plátano para acompañar como las “barandas” de este plato.


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