196 Está bien pero me entregas el vino
196 ESTÁ BIEN PERO ME ENTREGAS EL VINO
Escrito
por Berthing León, Miami, FL EEUU, 23.12.2019
Como te habrás percatado ya, los relatos que
Bert hace corresponden con lo acontecido en lugares, circunstancias y
personajes que algunos lectores han conocido, pero también relata para los que
son de otras latitudes y que pudieran, en cualquier momento, conocer a los
personajes y lugares que menciona, por tal motivo, algunas veces la narrativa
cae en detalles que pudieran obviarse pero que con toda intencionalidad los
señala para que, el lector que los conoce, se vea obligado a activar su saco de
recuerdos que es la memoria. Dicho esto dedicaremos las siguientes líneas a
recordar este acontecimiento decembrino más que navideño.
- Vamos a decir que está todo bien, pero me
entregas las botellas de vino y si quedó algo de lo demás, pues también me lo
entregas.
Ese fue el colofón de la conversa que en su
oficina sostuvo Oriol con un personaje, al que llamaremos José para no delatar
su nombre verdadero. Esto ocurrió en los primeros días de enero, al regreso de
vacaciones en su natal España y mientras comenzaba a “calentar los motores”
para otro año de gestión en la Gerencia de Administración de la Planta de Cementos
Vencemos Pertigalete.
¿Pero de qué vino hablaron? y ¿por qué José
tenía algo que entregarle? La Historia ni siquiera comenzó el sábado 24 de
diciembre cuando José se comprometió a realizar funciones de delivery para
hacer llegar a sus destinatarios algunos presentes navideños que trabajadores
de una empresa contratista llevaron al campamento de la fábrica.
La historia comenzó el día que Jeremías
Gonzáles, un contratista español que suministraba personal, para labores rutinarias
para el área industrial y administrativa, viendo que se aproximaban las
festividades de Navidad y Año Nuevo, consideró propicio hacer unos presentes como
signo de aprecio y agradecimiento a quienes a su juicio se lo merecían y al
efecto, Jeremías decidió encargar la preparación de cestas que contendrían entre
otras cosas, algunas botellas de licor, turrones y dulces, panetón, pan de
jamón, etc. La cesta acompañaría a una bandeja con un pavo horneado.
Con respecto a hornear los pavos, habló con el
dueño de la panadería ubicada en la Av. 5 de Julio de Puerto La Cruz, al lado
del Hotel Sorrento. El dueño, un italiano a quien los portocruzanos llamaban
cariñosamente “el tano”, era un hombre pequeño, delgado, muy buena gente, tanto
que no pudo negarse a la solicitud de Jeremías, que le aseguró que era muy
fácil hornearlos porque él los traería condimentados y listos para meterlos al
horno, que con seguridad estaba precalentado porque ya habrían horneado el pan del
día, pero que, había que estar pendientes de que no se pasaran de cocción y
fueran a quemarse.
Así, el viernes 23 en la tarde Jeremías entregó
al tano 12 pavos “doble pechuga” y estos quedaron a la espera de la hora H del
día D, es decir, esperando las 7 de la mañana del siguiente día.
Como es de conocimiento de los pertigaleteños,
antes se trabajaba hasta el sábado a las 11:30 pero ese día sábado de navidad
no sería laborable porque los trabajadores solicitaron “recuperar las horas” en
la semana previa para “hacer puente” y disfrutar de dos días de descanso
seguidos. Esto propició el comienzo del festejo de la navidad desde el
atardecer del día viernes.
El sábado 24, día de la Noche Buena, el “tano”
ordenó al panadero y sus ayudantes que metieran los pavos en el horno y ya para
media mañana esos animalejos estaban de un color que provocaba caerles a diente.
Los sacaron del horno para que perdieran temperatura y pudieran transportarlos
a su destino en Pertigalete.
Un chofer de Jeremías y su ayudante se
presentaron a la panadería en un camioncito cerrado que contenía ya las cestas
bien arregladitas y cubiertas con papel celofán e identificadas con una tarjeta
navideña con el nombre de la persona a la que debían entregar y en tal sentido
comenzaron por entregar a los primeros 4 destinatarios que vivían en Puerto La
Cruz. Estos trabajadores de Jeremías eran conocidos por los vigilantes de los
portones, lo cual facilitó el acceso en ese día no laborable; ellos conocían el
campamento y sabían dónde estaban las casas de algunos ejecutivos, básicamente
las asignadas a los gerentes.
Al mediodía entraron a Pertigalete y comenzaron
a entregar los regalos por la casa más conocida, la del Gerente General, el
maracucho Luis García Belloso que fue recibido por una de las mujeres de
servicio; luego la casa del Gerente de
Administración que estaba de vacaciones y por tanto nadie recibió; después la
del Gerente de Operaciones José Tello que había viajado a Caracas y tampoco
nadie recibió, siguió la del Jefe de Personal, etc, pero hasta allí les llegó
el conocimiento y “se les trancó el serrucho” porque las casas de los demás
destinatarios no estaban identificadas con el nombre del ocupante, y comenzaron
a dar vueltas en esa soledad buscando a quién preguntar y así encontraron a
nuestro amigo José que acababa de desayunarse y que había salido al
estacionamiento de la casa a “echar humo” (fumar) y airear “el ratón” (resaca) de
la juerga que tuvo hasta las 4 de la mañana cuando por fin se despidió de sus
compinches que eran sus vecinos en el campamento.
José se saludó con los “repartidores” y recibió
su presente. De seguidas preguntó para quienes eran los otros regalos.
Comenzaron a leer la lista de los que estaban pendientes de entregar y en
cuanto mencionaron el nombre de su vecino “puerta con puerta” que estaba de
vacaciones en el exterior, José pícaramente dijo a “los nicolases regalones” que
su vecino había salido a Puerto La Cruz y se ofreció a entregarlo cuando
volviera en la tarde. Así recibió el segundo regalo.
Los repartidores siguieron leyendo la lista de los
pendientes y él les iba diciendo, ME LO PUEDEN DEJAR PARA YO ENTREGARLE EN
CUANTO VENGA. Así lo hicieron y José recibió adicionalmente 4 bandejas de pavo
horneado con sus respectivas cestas. Los trabajadores se despidieron porque
estaban convencidos que habían cumplido el encargo a cabalidad, con exactitud y
precisión, y José entonces comenzó a maquinar cómo entregaba.
Dicen que a los orientales (del oriente
venezolano) nadie les gana en lo “inventadores” y ocurrentes. Ese día estaban
visitando a José dos sobrinos que vivían en Puerto La Cruz pero que conocían
muy bien a sus dos vecinos compinches de juerga, y esto es lo que aprovecharía
él para jugarles una broma ya que
justamente tenían también asignados cesta y pavo.
José comisionó a sus sobrinos a que llevaran
los dos presentes a sus compinches y que al momento de entregarles
personalmente les dijeran que:
- su compadre José le enviaba
con mucho cariño para que disfrute con la familia en su cena navideña y para
que brinden por él.
Los vecinos, que a esa hora (la 1 de la tarde)
se estaban levantando para encargarse de hornear o de llevar los pavos a una de
las panaderías de Guanta para que los horneen, quedaron impresionados por el
gesto de José y por lo oportuno de la hora porque además les evitaba el
trabajito de hornear. O sea, estaban resueltos.
Cada uno llamó por teléfono a José para
agradecerle y también para felicitarlo por la tremenda sorpresa que recibieron.
Llegada la noche, José y su familia salieron
del campamento hacia Puerto La Cruz, donde tanto él como su esposa tenían sus
parientes y en alguna de esas casas recibían la Noche Buena con sus madres, los
hermanos y sobrinos; pero un detalle importante: DEJO LOS PAVOS SOBRE LA MESA
DEL COMEDOR tanto el que le correspondía como los 3 pavos adicionales que
“sobraron”.
Hasta aquí, todo excelente, EN TEORÍA, pero
dicen que EL INFIERNO VA POR DENTRO, porque el 25 sus vecinos lo estaban
esperando CALIENTES para reclamarle cada uno por su parte pero casi en los
mismos siguientes términos:
- Cooooño José, eso no se hace, me
echaste a perder la cena navideña a mí y a toda mi familia, menos mal que nos
dimos cuenta antes de comer porque si no nos intoxicamos; cuando metí el
cuchillo al pavo para trozarlo, noté un olor desagradable y al examinar el
interior encontramos una bolsa de plástico derretida y quemada que contenía las
vísceras del pavo. Lo peor es que mi esposa y yo no previmos otra carne sino el
tradicional pavo, en consecuencia, a esa hora tuvimos que inventar para
sustituirlo.
José fue a la mesa y en efecto, los 4 pavos
tenían el “detalle” de la bolsa de plástico con las vísceras entre pecho y
espalda.
Cuando José habló con este “pichón de relator”
para explicarle “de primera mano” lo que con seguridad se enteraría más
adelante, le dijo que su perra se hartó de comer pavo hasta el mes de febrero. El
relator no sabe cómo hizo José con los otros afectados, pero él recibió su
cesta cuando volvió de sus vacaciones. Ahhhhh, y Oriol también la recibió
completica (me salió el venezolano).
EL CRIMEN NO PAGA.
Comentarios
Publicar un comentario