201 Ejecutivos Náufragos # 1
201 EJECUTIVOS NAUFRAGOS # 1
Escrito por Berthing León, Lechería, Venezuela, 16.01.2018

Nadar
y bucear en el mar y “a pulmón” eran la práctica cotidiana de Bert y al
respecto decía él que:
- “……. son
prácticas deportivas agradables y placenteras, y si te estás bañando y llueve, el placer se multiplica, porque sentir el
dulzor de la lluvia corriendo por tus labios y ver el salpicar de las gotas de
lluvia cuando caen en la superficie del mar es maravilloso; las recompensas son
mayores cuando el buceo es en luna llena o plenilunio, porque el
neuston (conjunto de organismos microscópicos que se encuentran en la
capa superficial que separa el agua de la atmósfera) del agua marina brilla cuando es iluminado por la luz de
luna, pero nadar y bucear de noche sólo lo hace los valientes por el temor que
inspira la oscuridad del mar. Ahora imagínate cuando confluyen todos estos
elementos: Agua a temperatura agradable, oscuridad del mar por ser de noche,
luz de luna por ser plenilunio, salpicar de la lluvia en tu cuerpo y en la
superficie del mar, dulzor del agua de lluvia en tu boca, brillo del neuston y
del necton (organismos
que viven en la columna de agua y que poseen movimiento autónomo. Es decir, son
organismos capaces de nadar y oponerse a las corrientes de agua) en tu cuerpo por el reflejo
de los rayos de luna. Para completar y por compañía, una botella de buen brandy
en una mano y la instructora de buceo, buena también, en la otra mano”. Digo yo que si esto no es el cielo, calculo
que mínimo es el paraíso.
¿Pero
cómo no iba a tener una lancha Bert si su vida estaba ampliamente ligada al
agua y al mar?
Entre
gustarle tanto el mar y querer tener una lancha sólo había un paso y Bert
quería dar ese paso, quería tener una lancha y un día le pidió al genio de la
lámpara ese deseo y el genio se lo concedió.
Días después un ejecutivo de la empresa que fue trasladado a otra planta
le ofreció en venta su lancha deportiva, casco de fibra de vidrio modelo Glastron
de 22 pies con un poderoso motor Volvo Penta dentro-fuera.

Entre
los compañeros de trabajo de Bert había para todos los gustos: muy alegres,
alegres, serios, más serios, demasiado serios como medio muertos, santos, menos
santos, inquietos y hasta tranquilos como decía de sí mismo Bert. De los
compañeros más jocosos, menos santos e intranquilos estaba el llamado Cheché
por sus amigos; todo un personaje por lo “viva la pepa” en grado superlativo.
Cumanés como Antonio José de Sucre el Gran Mariscal de Ayacucho, pero este
compañero era Ingeniero Mecánico graduado en el Tecnológico de Monterrey en
México, traía muy buena experiencia profesional de las empresas pesadas del
acero y del aluminio en el estado Bolívar y en el aspecto personal, como
oriental que era, hacía honor a su origen por lo alegre e informal de su
proceder.
Cheché
era el amigo y compañero de farra, escogido por Bert por sus características ya
antes descritas, para compensar lo centrado, serio y formal que era él, bueno,
esto tampoco era verdad. Se llevaban muy
bien y comenzaron de inmediato a disfrutar del juguete nuevo que era Valentina.
Pero
una tarde que estaba navegando Bert percibió el inconfundible olor a gasolina,
olfateó el aire cual sabueso de la poli antidrogas y olió y vio una pequeña
mancha húmeda en el tanque, que le indicaba que estaba perforado (tenía un
hueco pués) y por allí dejaba filtrar gasolina. En consecuencia ordenó fabricar
uno de acero inoxidable para sustituirlo. Todo bien hasta que instalaron el
flotador. Los instaladores no tuvieron
en cuenta algunos “detalles” que resultaron ser muy importantes y se limitaron
a observar que con el tanque vacío el medidor marcaba “E” y porque cuando lo
llenaron el indicador marcó F concluyeron en que todo estaba OK, pero en la
realidad el flotador no basculaba libre y en el momento que comenzó a bajar
porque la cantidad disminuyó, este quedó trabado de tal forma que nunca bajó
para marcar aunque sea medio tanque.
Pero
Valentina, esa tarde le llenaron el tanque con gasolina y otra vez estaba
operativa; entonces Cheché inventó una y propuso:
- Compadre,
vamos a la playa este domingo con
nuestras familias.
Y
Bert, aceptó gustoso la propuesta sin indagar sobre el significado que tenía
para el cumanés el término “familia”.
Comenzaron
a planificar el viaje. Cheché dijo que cerca del pueblo de Mochima, en la
carretera Guanta-Cumaná, su compadre (todos los sucrenses eran sus compadres)
tenía una casa en Playa Blanca a la que solamente se le podía llegar por mar y
que ya había conversado y convenido con él para que los espere el domingo. Los
playeros llevarían carne, carbón, refrescos, vino, hielo y ganas de pasarla
bien.
El
sábado revisaron la lancha, probaron el tanque y el motor y les dieron su visto bueno. Todo estaba ok. Fueron a la estación de gasolina de La
Baritina y repusieron la gasolina gastada en las pruebas. De esta forma, para
zarpar al día siguiente quedó pendiente solamente cargar el equipo de radio,
las anclas, los chalecos salvavidas y la escalera.
A las
8 llegaron a Pertigalete, Cheché y “su familia”, listos para el día de playa.
Venían con él: su esposa, el suegro, 2 cuñadas, 1 sobrino y la empleada, total
7 personas, que con Bert y los suyos sumaban entonces 9 adultos y 2 niños para
transportarse en una lanchita con capacidad para el Piloto y 5 pasajeros. Pero
claro, ellos “muy considerados” traían otra parrillera, cava con hielo, más
refrescos, carne, hamaca para echar una “siestica”, y …. ¡se pasó de maracas
Cheché!.
Para
que no se terminara de echar a perder el domingo familiar, Bert decidió que
parte de ese contingente viajara en una camioneta hasta el pueblo de Mochima y
allí él los buscaría en la lancha; irían navegando con él, Cheché, su sobrino,
su suegro y la empleada.
Los
“navegadores” bajaron al muelle y comenzaron a cargar los pertrechos pendientes
del día anterior y embarcaron las chapaletas, caretas, snorkell, rifles,
arpones, tolete, cuchillo, y hasta un tobo para depositar los pescados. En vista de que se trataba de un viaje de
navegación “visual” y costeando, consideraron que llevar el equipo de radio
estaba demás y decidieron dejarlo en el depósito,.
Bert
como Capitán y Cheché como Jefe de Máquinas arrancaron el poderoso Volvo Penta
y el sonido que emitió era parejiiiiiito, soltaron las amarras, se alejaron un
poquito del muelle, bajaron la pata de la hélice y salieron de la dársena, rumbo
al Este franco, en velocidad crucero.
Qué
delicia, navegar en mar calmo y abierto, sol esplendoroso, sin camisa, con el
cabello mecido por el viento y recibir las salpicaduras de agua levantadas por
la brisa. En el flanco izquierdo de la lancha tenían una inmensidad de mar azul
clarito y a estribor las montañas y la vegetación exuberante y de color verde
intenso. Primer punto de chequeo visual fue Punta La Cruz, después las playas
de Conomita, Conoma, Valle Seco, Ña Cleta, Vallecito, Colorada, Arapo, Arapito,
Pescadores, Santa Cruz y mil playas costeras. Unas queriendo ser más bellas que
las otras. Pero ¡todas esas playas son las mejores y las más bonitas del
mundo!.
Y así
transcurrió el viaje, Avistaron Las Islas Caracas, chequeron Punta Gorda y
después viraron a la derecha buscando Playa Blanca, Yyyyyyyy. La vieron,
recortaron la velocidad, y lentamente se acercaron a la playa; apagaron el
motor, levantaron la pata de la hélice, tiraron el ancla y dejaron que la
inercia los acercara hasta casi la orilla para entonces saltar al agua
calentita que les llegaba hasta casi las rodillas.
Saludaron
a la familia del compadre que los estaba esperando, Bert dejó los “pasajeros” y
los “instrumentos deportivos” que transportaron y volvió a la lancha para ir al
muelle de Mochima a buscar a sus familias que estaban llegando en ese momento.
Hizo
el viaje a la playa pautado en la planificación y por fin estaban todos en
Playa Blanca. Descargaron “los corotos”, los “instalaron”, dejaron las
parrilleras listas para prender. Yyyyy, miraron alrededor y como todo estaba
listo, entonces Cheché, su sobrino y Bert, agarraron los “peroles” para la caza
submarina y decididos y animosos entraron al mar.

Descansaron
bastante, rieron, se gastaron bromas contaron chistes, cuentos y mentiras (este
era el fuerte de Cheché), cantaron muy afinados acompañados por el cuatro del
compadre y las maracas improvisadas del cumanés y ya para las 3:30 de la tarde
comenzaron a recoger sus “bártulos” y se despidieron de sus excelentes
anfitriones, para con el mismo procedimiento de la ida, llevar en el primer
viaje a los familiares hasta Mochima.
Los
pasajeros se organizaron y decidieron mandar en “El Trasatlántico Valentina” a
las dos cuñadas de Cheché y la empleada. Los demás “querían viajar en
carretera” pero quedaron comisionados para preparar la cena en Pertigalete en
atención a la cantidad de carne, ensalada y demás contornos que no se había
consumido en la playa. Aprovecharon el espacio de los carros para enviar
también el botellón de agua, las camisetas y las toallas. Total, eso no era
necesario para un viaje tan corto y como en la dársena Bert había dejado su
carro consideró que tampoco necesitaba sus zapatos.
-
Bueno,
Adiós y nos vemos en el Campamento de Pertigalete para acabar con esa poderosa
parrilla criolla.
Y
partieron ambos grupos, unos por carretera y los otros por el mar, en la
seguridad de que en una hora estarían comiendo su carnita y bebiendo un buen
tinto para terminar este fabuloso día domingo extrafamiliar.
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