28 Burroccoreando se rompió la quijada


28  BURROCCOREANDO SE ROMPIÓ LA QUIJADA
Escrito por Berthing León Villanueva, en Lechería, Venezuela el 15 de febrero de 2012
La recua del Abuelo Ter-Ter

Con el Sol declinando a las 5 de la tarde, en las vacaciones escolares de los primeros días de Enero de 1960, regresaba a casa con tres de mis hermanos (Duber, Wincho y Julio), cansaditos de mataperrear (hacer travesuras) en los “pastales” y en las calles desde la hora de almuerzo y tal como era nuestro barrio Antiquilla en Arequipa. Los León–Villanueva, que para ese entonces éramos niños, estábamos disfrutando de nuestro asueto de fin del año escolar y como siempre, habíamos planeado y realizado, ir a jugar a los espacios verdes que rodeaban nuestro pequeño pero gran mundo. 
No importaba si los espacios a dónde íbamos eran pastizales o chacras, total, siempre era emocionante salir de la casa a ese mundo exterior, lleno de aventuras por descubrir y vivir. Claro que para llegar hasta esos espacios lo hacíamos caminando largamente, y por lo general seguíamos esta secuencia: por alguna avenida asfaltada, salíamos a una calle empedrada, luego un callejón de tierra, después la línea del tren con sus mil durmientes, nos montábamos a un bordo de acequia, caminábamos por encima de una tapia, o íbamos por dentro de una lloclla, brincando sus pozos de agua.
Así, íbamos y veníamos entre los poblados del Señor de la Caña, Challapampa, Pachacutec, Chullo, Tahuaycani, Pampa de Camarones, Puente del Diablo, Cerro Colorado, Zamácola, Cayma, Yanahuara, Chilina, Tronchadero, Recoleta, y etc. ¿Había alguna motivación para ir juntos y caminar tanto?, no lo sé. Lo que sé es que estábamos vivos, éramos niños y disfrutábamos de lo bonito que era nuestro barrio. Bueeeeeeeno, todo eso lo considerábamos “nuestro barrio” porque así nos los habían “vendido” nuestros antecesores: los tíos, nuestros primos, los amigos, los “mataperros”, los “palomillas”, etc.
También sería porque nuestro barrio nos brindaba temas, acontecimientos, mitos y leyendas que representaba la oportunidad de hablar, de contar chistes, de inventar cuentos, decir mentiras, caminar, brincar, correr, joder, tirar piedras, pelear, trepar, caer, gritar, cualquier verbo “bueno” podía encajar, no así aquellos verbos “malos”, como robar por ejemplo, que creo que era el único verbo malo que conocíamos a esa edad. Para ese tiempo no había drogas y por tanto no conocíamos el reflexivo de ese verbo.
Vuelvo al tema.  Esa tarde estábamos jugando futbol en las chacras del Bordo Alto, ubicadas después de la casa de Don Luis Nicolini, en el lado derecho de la calle Pampita de Zeballos, “caminaba” paralelo a ella un sendero elevado como a 4 metros de altura denominado “el Bordo Alto” por donde discurría un canal caudaloso que venía desde Yanahuara al que le llamaban la “acequia grande”. Al final del Bordo Alto estaba el comienzo del pueblo del Señor de la Caña. Merece la pena explicar que la acequia caudalosa que venía desde Yanahuara, pasaba por detrás de la casa de mis abuelos León-Gómez donde vivíamos y atravesaba también la Hacienda Huaco. El agua que discurría por ese canal servía para irrigar los sembradíos del Señor de la Caña, de Challapampa y también bajaba para irrigar parte de Tahuaycani.
Las 5 de la tarde, era una hora crucial, porque era el momento preciso cuando la tardecita está terminando y el frío y el hambre dicen presente, los cuatro leoncitos veníamos por una ruta exclusiva para nosotros que pasaba por la parte colindante co la Av. Ejército y caía a un bosque de eucaliptos en la calle de Los Arces (donde está La Capitana). Los mitos y leyendas dicen que en ese bosque de eucaliptos, a media noche salía un fantasma y nadie se atrevía a pasar por allí a avanzadas horas de la noche.
Los leoncitos (nosotros) jugadores de futbol, tomamos rumbo a la Av. Ejército y nos conseguimos con la recua de burros de Víctor Paredes (El Abuelo Ter-ter) que vivía en la calle Chapota (Hoy Francisco Mostajo) donde también vivíamos nosotros, y esa tarde los burros venían solos o El Abuelo estaba trayendo la recua “con piloto automático” desde las chacras y pastizales, hacia su casa buscando su dormidero.
Como no vimos ni al abuelo ni a su hermano José Paredes, decidimos entonces acompañar nosotros a esa recua de burros; pero el acompañamiento implicaba una condición: no iríamos a pie, sino jineteando esos “corceles”. Y sin pensarlo dos veces intentamos atajar algunos burros, pero estos animales eran “matreros” y en cuanto se percataron de nuestras intenciones nos esquivaron con facilidad a todos, menos a nuestro hermanito Wincho (de 9 añitos) que agarró “su burro” por el pescuezo.
Antes de que el burro se diera cuenta ya Wincho estaba montado a pelo en el lomo y lo azuzaba para que corriera. Y eso es lo que hizo el burro, correr, y se lanzó al galope por la parte de tierra de la Avenida Ejército y torció en la esquina de la calle Chapota para bajar ccotimbeando (brincando) con su jinete-domador Wincho encima.

Eso era lo de él: Montar.
De pronto el burro Ccotimbeó y ccospeteó (revolcó) a mi hermanito, que vino a dar al suelo con toda su humanidad, para caer de cabeza entre tierra y piedras. De allí lo recogí yo, le levanté su carita y observé que tenía un corte debajo de la quijada, profundo y sangrante, me imagino que doloroso también. Tomé mi pañuelo (mamá siempre nos acostumbró a cargar uno en el bolsillo) y con él cubrí el corte, presionando fuertemente para detener la hemorragia.
Con una mano sobre su cabello y la otra sosteniendo el pañuelo en su quijada, traje a mi hermanito Wincho hasta la puerta de la tienda de mi abuela materna Angelita y le pedí a mi tía Carmela (la ccarulla) que me diera un poquito de pisco.  Le dije que iba a probar para saber cómo era eso. La Ccarosa me echó tremenda mirada de reproche pero me dio como 1/10 de la copita y sin que ella se diera cuenta yo lo eché al pañuelo y le devolví la copa.
Salí a buscar a mi hermanito. Con el pañuelo empapado en pisco cubrí el corte de la quijada para prevenir cualquier infección. Wincho aguantó su dolor como un macho y nos fuimos caminando pasiiiiiiiito, pasiiiiiito (sic).
Ya oscurito llegamos a nuestra casa; saludamos a mi mamá y nos fuimos directo a la cama. Mamá nos preguntó qué nos había pasado, por qué no habíamos llegado con hambre como era costumbre, por qué estábamos tan formalitos y calladitos, y agregó “esos no son ustedes”.
Pero qué hambre íbamos a tener si lo que queríamos era pasar el susto y que nadie se enterara del ccotimbeo que le rompió la quijada a Wincho porque si no, no habría otra salida a burroccorear. Jajajaja


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