24 Del susto se le pasó la curda


24  DEL SUSTO SE LE PASÓ LA CURDA
Escrito por Berthing León Villanueva, Lechería, Venezuela, 19.02.2012.

Cuando Domingo puso en el suelo al chinito Wincho, al tercero de sus hijos, lanzó un suspiro  de alivio y resignación. Sabía que por ese día no volvería a salir de la casa y que había dejado atrás la jarana (por esa tarde). Pero, ¿cómo es que Domingo llegó a casa a las 5:30 Pm. cargando sobre sus hombros al chinito? ¿De dónde venían? ¿Dónde se consiguieron? ¿Haciendo qué anduvieron juntos?
El “Lunes Zapatero” (así llamaban en Arequipa a ese día porque los del gremio de zapateros Y OTROS prolongaban su fin de semana para “cortar” los tragos del domingo y para “picantear” en la tarde) se encontraban en amena tertulia y reunidos alrededor de una mesa de picantería: Domingo el papá del chinito, con tío Víctor (su hermano) y “el negro” Rubina (Marcelino) .en la picantería de “La Guillermina” (esquina de la Calle Grande con la calle Señor de la Caña), disfrutando de la chicha de güiñapo, del anís Najar y de una cerveza Arequipeña como “asentativos” de unos sabrosos “jayaris y picantes” de la gastronomía arequipeña.
Los contertulios amenizaban el encuentro con "los palos trinadores" (guitarra y mandolina) que acompañaban a sus bien acopladas voces para cantarle a Arequipa, a su campiña, a su historia, a sus leyendas, al amor, a la esperanza, a la tristeza, a la vida, al desamor, a la traición, etc. No había tema prohibido para ellos, Cantaban todo lo que tuviera letra y la melodía que no tenía, ellos se la ponían. A todo menos al vals Silvia (la inspiraciòn del poeta Mariano Melgar) del compositor Ballón Farfán, que es fácil de tararear pero que no tiene letra.
Estaban sentados alrededor de un mesón como a 4 pasos. de la puerta abierta de la picantería, y podían ver la calzada de tierra y las aceras de piedra de la Calle Grande del Señor de la Caña; también podían ver el paso esporádico de algún caminante, de un autobús, camión calero (con cal de Yura), transporte de material de construcción, el paso de la recua (manada de burros) de Alico, y el transitar de algunas ovejas y vacas del “abuelo” Paredes, que a esa hora regresaban a sus corrales y lugares de descanso.
A pesar de ser la única vía de acceso y tránsito para ir de Antiquilla a Challapampa y Pachacutec, era por tanto, paso obligado para ir y venir; la Calle Grande tenía poco fluir y también poco ruido, y por ser estos pocos sonidos de lo que circulaba por la calle uno podía intuir qué era lo que estaba ocurriendo por las cercanías de la picantería; es así que desde una distancia de media cuadra (La Calle Grande tenía una sola cuadra pero de de 500 metros y en curva) ese día se escuchaba el mugido de un toro, lento, grave, profundo, sordo y largo.
Como era habitual para las 5 de la tarde, los lugareños sabían que era la hora que retornaban a su corral a un toro padrote de la Hacienda Huaco en Calle Los Arces, que venía de la zona de Pachacutec hacia Antiquilla; en su trayecto era guiado por una cabuya enganchada a una argolla en la nariz del toro.
Los guitarristas-cantantes en ese instante estaban terminando de cantar el valse “estrellita del Sur” con sus estrofas personalizadas de “No no, no te digo un adiós Estefita del sur…” y estaban en un “alto” que bien lo aprovechaban para decir “salud”, pedir otro servicio de comida y bebida, prender un cigarrillo, echar una fumadita, contar un chiste o inventar una historia. 
Un cliente que se levantó de otra mesa y se acercó a la puerta para observar el paso de ese gigantesco animal de más de 600 Kg que anunciaba su paso con sus bramidos y comentó para sus compañeros: “Hay que ver el valor de ese ccorito como de 7 añitos que va montado en el lomo de ese tremendo animal”.
Escuchado el comentario, Domingo se levantó para asomarse a la calle, llevaba la guitarra en la mano izquierda y el vaso de cerveza y un cigarrillo en la mano derecha; al llegar a la puerta quedó petrificado por lo que estaba viendo. El ccorito montando el toro era el tercero de sus hijos, que como de costumbre “se había hecho la pera” del colegio y se fue a “burroccorear”.
A Domingo, del susto “se le pasó la curda”, la borrachera, la alegría, lo jumo, y casi se le cae lo que tenía en las manos. Botó el cigarrillo, entregó a alguien la guitarra y el vaso, y corrió para bajar al chinito del lomo del toro y abrazarlo fuerte aunque fuera “palomilla y mataperro”.  Lo apretó contra su pecho y se olvidó de todo, se echó a caminar por la calle Pampita de Ceballos, rumbo a su casa; trayendo al chinito montado a horcajadas en sus hombros.
El chinito creyó que lo iban a “majar”, o por lo menos que lo iban a regañar, pero no pasó nada de eso. Papá lo trató como al hijo pródigo de la Parábola, lo besó y abrazó fuertemente sin decir palabra.
Ese mi hermano Wincho, un ser especial, siempre lo ha sido. Tiene un don divino para tratar a los animales y estos le corresponden. Tiene la dulzura de mamá, que también la tienen sus hermanos.

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