140 Irse de Perú fue una decisión difícil


140 IRSE DE PERU FUE UNA DECISIÓN DIFÍCIL
Escrito por Berthing León Villanueva, Lechería, Venezuela, 20.01.2018

Bert tiene ya 2 días en Tumbes, el pueblo peruano más cercano a Ecuador en la frontera norte, pensando en la difícil decisión que debe tomar: Salir del país o regresarse a la capital donde tiene su residencia, a sus familiares y a sus amigos; allí también tiene seguridad y afectos. Dejar “su lugar” es una decisión muy dura y que considera que es trascendental para su vida y de quienes conforman su entorno familiar.
Su rutina en esos días es demasiado simple. Se despierta a las 7, se baña y se viste para salir del hotel y caminar hasta la plaza principal del pueblo, le da 3 o 4 vueltas al perímetro de la plaza para estirar las piernas a modo de ejercicio físico; se acerca al negocio ubicado al lado de la panadería para pedir un sandwich de lechón horneado con 2 rodajas de camote frito como contorno y  1 taza de café ralo.
Regresa a la plaza, busca asiento bajo la sombra de un árbol, lee el periódico para “enterarse y ponerse al día” después y, esta vez para sonreír y divertirse, retoma la lectura de el Manual del Perfecto Deportado de Luis Felipe Angell (Sofocleto); cuando se cansa de leer entonces regresa a pensar. Pensar es un martirio para él en estas circunstancias.
Llega el mediodía y el consiguiente almuerzo; después, nuevamente “la meditación” (como en los Retiros Espirituales). En la nochecita permanece en el hall del hotelito y se pone a conversar con otros huéspedes, ve televisión y otra vez a la soledad del “yo con yo”, para pensar y pensar. Pero ¿en qué piensa?
Piensa en que ¿Cómo es que él se va a marchar fuera de su país y dirigirse a un destino incierto?
Correr aventuras para él es una cosa rutinaria. Buscar más allá de lo que él conoce le fascina; aventurar tiene para él un atractivo irresistible. Así, 11 meses atrás, logró retirarse de la vida militar para incursionar laboralmente en el mundo civil, y para su desencanto, encontró en ese medio social unos códigos de comportamiento y relacionamiento diferentes a los que conocía en el ámbito militar donde se había formado y que hasta entonces había sido su carrera profesional. Lo que más le impactó es que los civiles no saben qué es o qué significa “el espíritu de cuerpo” ni “la camaradería”, y por lo tanto no las practican. Pero ¡así las cosas! se prometió que aprendería a lidiar y a vencer esa realidad
Marchar fuera del Perú “para conocer cómo es la vida civil fuera de una instalación militar y vestido de civil” es más que preocupante, casi intimidante, más aun si se tiene en cuenta que Ecuador, el país donde va a ingresar, es un país que tiene un conflicto bélico latente con Perú, y por encima de todo BERT ES UN MILITAR PERUANO, y su situación no cambia por si está Activo, en Disponibilidad o en Retiro, siempre será un militar.  Para él y para muchos: Militar es Militar, desde que se pone un uniforme hasta que se muere, y más allá si es que lo sepultan uniformado.
Pero no hay otra opción para romper este círculo vicioso de la situación económica y la escasez de empleo profesional en que está sumergido el país. El Perú está mal económicamente; hay escasez de alimentos, la inflación es altísima, hay veda de carne y veda de pollo (durante 15 días alternadamente no puedes comprar estos alimentos), y no hay trabajo para los jóvenes que egresan de las universidades. Perú atraviesa el éxodo de profesionales universitarios en lo que se ha denominado “la Fuga de Talentos o Fuga de Cerebros”.
Bert considera que si cursar y terminar la carrera universitaria le ha costado tanto sacrificio, pues merece la pena correr el riego de emigrar a otro país para luchar por un futuro mejor, y entonces, ya con determinación agarró una mochila, verificó la tenencia de sus documentos de identidad, certificados, constancias, pasaporte y los dólares que había ahorrado con tesón en los dos últimos años para cuando llegara el día de irse de Perú, y el día llegó, así es que listo “Pichón, hay buen Viento” y “A VOLAR JOVEN, HACIA LO QUE DIOS TE DEPARE”.
A las 8:30 de la mañana de ese 9 de enero Bert se presenta ante las autoridades de Migración de Perú para sellar su salida del país, en un pasaporte que tiene su fotografía vistiendo uniforme de la Fuerza Aérea y que señala que su profesión es MILITAR. 
Unos metros más adelante volvió a presentar su pasaporte para sellar su ingreso a Ecuador. Es observado con mucho detenimiento y sospecha por parte de los funcionarios ecuatorianos y es sometido a una batería de preguntas sobre el lugar de origen, intención del viaje, destino, financiamiento, duración del viaje, etc. etc.
 Superados los trámites se dirigió a  buscar transporte en el terminal de pasajeros de Aguas Verdes y allí, sentadito esperando la salida del autobús, encontró y conoció a William Ware, un “trotamundos” uruguayo (guacho) que habiendo partido de Montevideo tenía como destino la casa de sus primos en Caracas, pero que no tenía fecha de llegada. Bert tampoco tenía fecha de llegada pero a diferencia del guacho, no tenía destino o lugar de llegada.
En vista de que posiblemente ambos trotamundos tendrían que usar los mismos transportes y los mismos terminales, decidieron viajar juntos “conociendo” ciudades y pueblos y en consecuencia hicieron un “Pacto de Defensa”, que de allí en lo adelante les permitiera sortear las dificultades y retos que se presentaren en esas latitudes extrañas y desconocidas para ellos.
Bert y William iniciaron así su recorrido turístico en Ecuador y demoraron 5 días para llegar a Quito.  El motivo de lo dilatado de la duración del viaje entre Aguas Verdes y Quito es que cuando llegaban a alguna ciudad o pueblo, observaban el ambiente, la gente, el clima y las comidas; si les gustaba se quedaban tanto tiempo como fuera necesario para disfrutarlo. De esta forma estuvieron en ciudades como Machala (pernoctaron 1 noche), Cuenca, Guayaquil (2 noches), Manta (1 noche), Riobamba, Ambato y hasta que llegaron a Quito. Aquí no les gustó el clima  frío, las comidas ni la forma de hablar de los quiteños y solamente se quedaron 1 día en la capital de Ecuador y siguieron viaje hasta Ipiales-Tulcán en la frontera de Ecuador con Colombia.
Ingresaron a Colombia y en la primera parada en la carretera, en un restaurantito muy limpio y bonito donde se detuvo el autobús para que los pasajeros almorzaran, compartieron mesa con Jeff Kane, un turista gringo, militar jubilado del Army que según dijo, se entretenía viajando por Latinoamérica “para conocerla mejor”. Pidieron la carta y William y Bert se decidieron por “una bandeja paisa con todo” y jugo de una fruta llamada lulo; Jeff preguntó al mesonero si es que tenían sopa, le dijeron que sí y ordenó una sopa de gallina y una CocaCola. Bueno, disfrutaron de su comida y de sus bebidas, y siguieron el viaje.
 Los nuevos amigos conversaron (lo poco que les permitía las limitaciones del lenguaje con el gringo) e hicieron “buenas migas” con él. Entonces “los más antiguos” decidieron incorporar a Jeff en el grupo y ya eran 3 los trotamundos.

En Colombia había muchas ciudades para visitar, comenzando desde la frontera, en cada sitio provocaba quedarse un día más, “puede ser hasta mañana”, antes de seguir el viaje, y por territorio colombiano rumbo a Bogotá dieron más vueltas que “cucarachas en baile de gallinas” y conocieron y se quedaron en Pasto (2 noches), Popayán, Cali (2 noches) e Ibagué; hasta que llegaron a Bogotá habían transcurrido 4 días.
En el segundo día que almorzaron juntos y en la misma mesa, pidieron la carta y William y Bert se decidieron por “sobrebarriga guisada con arroz y tajadas de baranda” y un jugo de lechoza (papaya en algunos otros sitios), Jeff preguntó si es que tenían sopa y ordenó una “sopa de costilla de ganao (res)” y una CocaCola. Bueno, OK, pero al tercer día el gringo volvió con aquello de “una sopita y CocaCola” y Bert que no tiene “pelos en la lengua” le dice:
-  Óyeme Jeff, hemos observado que mientras nosotros ordenamos sendas comidas y refrescos naturales de productos y frutas de la región tú lo que ordenas es “una sopita y la bendita CocaCola” dinos una cosa, es esto un desprecio hacia nuestros alimentos, nuestras frutas, nuestra cultura? Porque, no es por falta de reales, que nos consta que si tienes y bastante, ¿será acaso por tacañería?, anda, dinos la verdad.
El gringo los miró un tanto preocupado, y se notaba el esfuerzo que hacía para ordenar sus ideas y ensamblar la explicación que le permitiera  salir airoso de este emplazamiento que le estaban haciendo sus compañeros de viaje. Los miró unos instantes y habló.
-  Amigos, cuando yo los escucho ordenar las comidas, quisiera yo también poder hacerlo y no limitarme a lo que ustedes llaman “una sopita y una CocaCola” pero es que como yo he sido criado en un ambiente distinto al de ustedes, no he desarrollado defensas contra las posibles bacterias que pudieran tener los vegetales por el agua con que fueron cultivados y lavados para preparar las ensaladas que les sirven y así mismo ocurre con el agua que han utilizado para los refrescos naturales que ustedes toman. A mí me podría atacar una amebiasis en uno de estos pueblos y como estoy solo, hasta podría morir. En cambio, la sopa con que me alimento me da seguridad porque ha llevado bastante candela que habrá matado los gérmenes que pudiera contener el agua, las carnes y las verduras.  Por otra parte, tengo entera confianza en que las condiciones de higiene en la fabricación del refresco de la marca CocaCola me garantizan la seguridad que yo necesito porque si se presentara algún problema en mi salud por causa de la bebida, podría reclamar a la empresa que la fabrica.
La explicación del gringo fue clara y contundente. Así lo entendieron y de allí en lo adelante los dos compañeros buscaban los restaurantes que tuvieran sopa en su menú  y ordenaban la sopa y la CocaCola para su compañero.
En Bogotá turistearon de lo lindo porque es una ciudad con muchas cosas para mostrar. Estuvieron en La Casa de Nariño, el Museo de Oro, Plaza Bolívar, La Quinta de Bolívar, la casa de Simón Bolívar donde Manuela Sáenz lo salvó de ser asesinado por Santander, El Cerro Monserrate, el funicular, la Laguna de Guatavita, la Catedral de Sal, Zipaquirá, La Chorrera, el Mercado de las Esmeraldas, etc. Una ciudad muy bonita, moderna, con gente agradable, buena música, peeeeero, la inseguridad en que vivían los ciudadanos era impresionante; las noticias eran aterradoras por la droga y los crímenes atroces de decapitaciones, desmembramiento, secuestros con mutilaciones,  que reseñaba la prensa hablada, televisiva y escrita.  Así es que 3 días fueron suficientes para que los aventureros reiniciaran su vagabundeo por otras ciudades de Colombia.
Viajaron esta vez hacia el noroeste de Bogotá para conocer Medellín (2 noches), Apartadó, Montería, Sincelejo (1 noche), Cartagena de Indias (2 noches), Barranquilla (1 noche); total 6 días para llegar a Cúcuta. En esta ciudad se despidieron de Jeff que decidió regresar a su país por vía aérea. Los otros 2 viajeros pernoctaron 1 noche en Cúcuta y muy temprano al día siguiente decidieron continuar el viaje para dejar Colombia e ingresar a Venezuela.  
William y Bert se dirigieron a las oficinas de migración de Colombia y les preguntaron si es que sus pasaportes tenían visa para ingresar a Venezuela. William mostró el suyo y en efecto, traía visa venezolana otorgada en Montevideo y sellaron su salida en Cúcuta y su ingreso a Venezuela por San Antonio del Táchira.
En el caso de Bert, este no tenía visa y le dijeron que era indispensable la visa para que un extranjero pudiera entrar a Venezuela, así es que William y Bert tuvieron que despedirse. William para seguir a caracas y Bert para buscar este sello en el pasaporte. En principio le indicaron que el consulado de Venezuela más cercano a Cúcuta estaba en Bucaramanga, ciudad a 12 horas de distancia de Cúcuta y que allí podría obtener la visa. Viajó hasta esa ciudad, pernoctó y al día siguiente se presentó en el consulado venezolano y le dijeron que solamente emitían visas a los ciudadanos colombianos de esa zona geográfica y que en el caso de Bert, por ser peruano debía tramitarla en Lima o en el consulado de Venezuela en Bogotá.
Bert decide entonces viajar a Bucaramanga en autobús y emplea 24 horas en para recorrer la carretera hasta Bogotá. Apenas desembarca se dirige al consulado venezolano en Bogotá para procesar su solicitud. Le indicaron que para otorgarle la visa debía presentar un pasaje de avión desde Caracas hasta otro país. Bert entonces va a una agencia de viajes y compra un boleto para el vuelo de Caracas a Cúcuta. Regresa y presenta el boleto pero ahora le indican que Cúcuta está muy cerca a Venezuela y es como si se tratara de una ciudad de Venezuela y por lo tanto el boleto o pasaje deberá ser a otra ciudad.
Esto último hace que a Bert se le alborote el arequipeño y que “se engorile”. Salió del consulado venezolano echando chispas y buscando el consulado de Perú porque se sintió tratado injustamente y tomó la decisión de plantear su caso a las autoridades diplomáticas, tanto al Cónsul como al Embajador de Perú en Colombia. Caminó decididamente hasta la Embajada de Perú pero llegó a las 11:35 y cuando iba a tocar el timbre se abrió una ventanita de la puerta principal y apareció la cara del empleado de seguridad para señalarle un letrero pegado cerca del timbre que decía: El horario de atención al público es de 8:30 a 11:30.
La fuerza interior que movía a Bert y que lo motivaba a plantear su situación a los funcionarios peruanos era que consideraba que ese es el trabajo de las autoridades consulares, VELAR Y PREOCUPARSE POR LOS CIUDADANOS PERUANOS QUE SE ENCUENTRAN en el lugar de su jurisdicción, por tanto Bert estaba convencido que no iba a pedir un favor, iba a solicitar un Servicio Consular de conformidad con las leyes peruanas. 
En este estado de ánimo Bert intentaría obtener su ingreso legal a Venezuela y se propuso hacer todo lo que tuviera que hacerse para lograrlo. Total, él era así, terco, empecinado, luchador, perseverante y atrevido.
Al final: LO CONSIGUIÓ.

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