8 Nuestra primera excursión a Chilina


8  PRIMOS EN EXCURSIÓN A CHILINA
Escrito por Berthing León Villanueva,en Lechería, Venezuela, el 3 de Febrero de 2018

Chilina es un paraje campestre emplazado aguas arriba del río Chili, al pié del volcán Misti en Arequipa y viene a ser uno de los destinos preferidos de las excursiones  de niños y de adolescentes del barrio de mis amores: Antiquilla.
Para una excursión de los niños más pequeños, de los primeros años de Primaria, los maestros de las escuelas y colegios de la ciudad de Arequipa tenían como destinos el balneario de Tingo y el balneario de aguas termales de Jesús.  Para Excursiones más lejanas existían el Molino de Sabandía, Quequeña, el manantial de Yumina, Pocsi, Yarabamba, las Peñas de Socabaya y Sachaca. Más lejanos estaban las excursiones a Yura, Socosani, Vitor, Mejía, Mollendo y Camaná y por último, como destino de final de secundaria estaba la excursión al Cuzco y su correspondiente visita a Machupicchu.
Pero centrémonos en la excursión a Chilina que una mañana de Enero, aprovechando las vacaciones de Diciembre a Marzo, realizamos 4 hermanos León-Villanueva y 2 primos Mora-Corrales, Walter y Jorge, nietos de Elena, hermana de mi abuela Angelita.
Acordamos con los Mora para reunirnos a las 7 de la mañana en nuestra casa de la calle Chapota (actual Francisco Mostajo) e iniciar a esa hora nuestra aventura. El motivo de invitarlos a la excursión era porque realmente les teníamos mucho aprecio y porque eran unos “guerreros” más “matreros” que nosotros porque la calle enseña mucho y ellos tenían en esos cielos unas cuantas horas de vuelo.
Nos pusimos de acuerdo en cuanto a “los bastimentos” para este “viaje exploratorio” y desde la tarde del día anterior todo quedó listo, desde los reales para los pasajes del autobús y la compra de la gaseosa, hasta los cordeles y anzuelos para pescar las abundantes truchas y pejerreyes que confiadamente y con seguridad encontraríamos en el río.
Reunidos los integrantes del safari contamos y pasamos lista: Total de excursionistas 6, nombres y edades: Walter (10 años), Duber (9), Jorge (8), Edwin (7), Julio (5) y Berthing (11).  Llevamos un total de 1 Sol con veinte centavos para los pasajes de ida y vuelta de todos, nuestras cantimploras individuales están abastecidas de agua. Distribuidos en nuestras “mochilas” llevábamos 12 puñados de maíz tostao (2 puñados por explorador), 2 chugas (medias bolas) de chancaca, 12 panes de tres cachetes y 3 latitas de atún (por siaca), también 4 cordeles de nylon, 12 anzuelos pequeños, 1 cuchillito, 1 sartencita, 1 poquito de aceite, 1 poquito de sal, 2 vasos de plástico, 2 tenedores, 1 caja de fósforos (por supuesto), Y YA, basta.

Caminamos los 300 metros hasta la Avenida Ejército, esperamos expectantes el autobús de La Tomilla (de colores rojo, verde y blanco) que por la vía de Cayma nos llevaría a Carmen Alto, Acequia Alta y hasta finalizar en el pueblo de La Tomilla. Berthing pagó el pasaje, subimos y nos ubicamos en los últimos asientos porque “nuestro viaje sería largo” hasta la última parada. Íbamos alegres y observando todo el entorno y el trayecto sobre una carretera de tierra apisonada, hasta que una hora y media después nos dijo el chofer “ya llegamos, esta es la última parada” y entonces pusimos pie en tierra.
En una tiendecita compramos una botella grande de gaseosa (no les voy a decir la marca para no hacerle propaganda) y comenzamos la caminata por una calle de tierra, cruzamos una acequia, después saltamos “un bordo” de grama, y nos adentramos por el borde de unos sembradíos de cebolla, papas, zanahorias, maíz y alfalfa.


Comenzamos a bajar y escuchamos el sonido del agua del río que discurría en su cauce lleno de piedras. Conducía la marcha el “guía indio” del grupo, es decir Walter, el cual reconoció el terreno y nos condujo por los bordes de las chacras en sentido casi paralelo al cauce del río pero simultaneamente descendíamos poco a poco para buscar el lugar que decía Walter que era una pequeña represa natural que serviría para pescar y que un poquito más abajo había otro embalse para bañarnos.

Estas excursiones si eran ejercitaciones reales, no eran simulacros, aquí hacíamos equilibrio, saltábamos, balanceábamos nuestros cuerpos aun llevando peso en nuestras mochilas, debíamos calcular las distancias, la fuerza, la gravedad, etc. Todo esto nos serviría el resto de nuestras vidas que recién iniciábamos.

Llegamos a nuestro destino a las 11 de la mañana. Hicimos el Alto Final, acampamos, acomodamos nuestras cosas y como ya el hambre nos estaba aguijoneando, decidimos comer nuestra “cancha con chancaca” y tomar el agua, ya que el refresco lo comeríamos con los pescados que agarraríamos y freiríamos.
Lo primero que nos pidió nuestro “guía explorador” fue que teníamos que conseguir lombrices para usarlas de carnada, para lo cual teníamos que remover de las rivera seca alguna piedra con una mano y con la otra tratar de agarrar la lombriz, si es que la había, y así, tratar de buscar unas lombrices grandecitas y gorditas para poderlas puyar con el anzuelo.
Cuando reunimos como 40 lombrices en total, comenzamos a preparar el carrete de nylon, el plomo, el anzuelo y la carnada para entonces elegir el sitio para lanzarlo al agua. Y ahora a hacer silencio “para no espantar la pesca”. ¿Tú amigo lector, te imaginas este grupo de niños haciendo silencio?, pero sí. Estaban en silencio: 10 minutos y nada, cambio de lugar, SE COMIERON LA CARNADA OTRA VEZ, a mí también me la comieron, 20 minutos, media hora, ya comienzan a hablar entre ellos: COMO QUE NO HAY NADA, creo que no es la hora del almuerzo de los peces.

Una hora de esfuerzo y nada. Deciden entonces que van dejar el nylon amarrado a una piedra y ESTAR SIEMPRE MIRÁNDOLO para reaccionar de inmediato si es que algún pez se traga el anzuelo.

Considerando que es la 1 de la tarde, que el clima está sabroso, que hay calor en el ambiente y como no hay nada más en que “trabajar” deciden meterse al agua para estirar los músculos y refrescarse. Así entonces van a la otra poza que está cerca para darse un chapuzón y se quitan la ropa para bañarse en esas cristalinas aguas que están FRIAS demás porque discurren en un cauce sombreado de vegetación.
Como no llevaban ropa de baño iban a meterse con los interiores pero lo pensaron mejor y decidieron bañarse “calatos”, y así, se pusieron “en pelotas” y A METERSE AL AGUA CARAJO.
Pero una cosa es estar en la orilla y otra es meterse al agua. Y esta agua estaba FRÍA de verdad-verdad. Y LOS 6 ESTABAN CALATOS, PARADOS EN LAS PIEDRAS DE LA ORILLA de la poza y nada que meterse. Hasta que a Wincho se le ocurrió gritar EL ÚLTIMOQUE SE METE ES UN MARICÓN. Entonces no hubo un último. Todos se lanzaron de “guacacha” al agua. Pero más duró el deseo de bañarse que el tiempo que permanecieron dentro porque salieron inmediatamente con un ALALAU QUE FRÍO. Puuucha cará, Brrrrrrrrrrrrr. Y comenzaron a tiritar y a castañuelear los dientes.

Se vistieron y casi se olvidaron de las “cañas de pescar”, hasta que uno de ellos se percató que su cordel se movía y que en el extremo se sacudía un pez. Gritó de la emoción y corrió a atender “las labores de pesca”. Comenzó a jalar el cordel y pidió que agarraran un palo para que cuando el pez estuviera en la orilla le dieran un palazo para evitar que se escapara.
Cuando el pez por fin estuvo en la orilla lo que dio fue dolor tener que pegarle un palazo a esa microballena que medía como 10 cm. Walter corrió hacia el anzuelo, agarró el pez con una mano, con la otra mano le sacó el anzuelo y liberó al pez en el agua. Eso no se podía comer porque era demasiado pequeño.
Pero, ¿y el hambre? ¿No era que íbamos a almorzar trucha o pejerrey? Y ahora?. Menos mal que llevamos las 3 latitas de atún. Buscamos una piedra para golpear el cuchillo para abrir las latas de atún y preparamos unos emparedados con el pan que llevamos; abrimos el refresco y nos dimos ese banquete que comenzó como a las 3 de la tarde. Total, todo salió como lo planeamos en cuanto a la comida: COMIMOS PAN CON PESCADO, no sería trucha ni pejerrey, pero fue atún.
Iniciamos la caminata de retorno, pero esta vez, a pesar de regresar aliviaditos de peso porque las mochilas venían prácticamente vacías, se nos hizo pesado y larguísimo el trayecto. Llegamos a la parada del autobús y debimos esperar como 45 minutos, hasta que apareció la nave. Subimos en silencio y otra vez para el fondo del autobús, pero teníamos unas caritas de sueño y no fue raro que 4 se durmieran en el trayecto hasta el Grifo de Yanahuara donde nos bajamos. Ya eran las 5:30 de la tarde y el frío se estaba dejando sentir. Caminamos rapidito y en silencio a casita. Con la satisfacción de haber vivido esa aventura, sencilla pero inolvidable, tanto que hasta estos días la recordamos con todos sus detalles.

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