152 Galletas saladas de huevos de iguana


152  GALLETAS SALADAS DE HUEVOS DE IGUANA
Escrito por Berthing León Villanueva, Miami, USA, el 26 de Noviembre de 2017

Decía un pertigaleteño (habitante del campamento de Pertigalete) que “quien no comió huevos de iguana no vivió en Pertigalete” y yo corrijo y acoto que “casi todos los varones de Pertigalete han comido huevos de iguana y también han comido carne de iguana”, bien sea guisada con vino, al coco, o con curry que es como se hace el tarkarí; lo que ocurre es que como estas son comidas exóticas, de una carne no tradicional, entonces dicen algunos que sienten un poquito de rechazo, sobre todo las mujeres, pero en términos generales, una vez que se ha probado, uno queda fascinado, prendado de esos sabores y placeres y en el caso de los varones, les queda también la satisfacción de poder decir “Yo también comí eso”.
La primera vez que Bert “tuvo que ver” con los huevos de iguana fue porque a los pocos días de haberse incorporado a su trabajo en esa planta cementera, se torció un tobillo durante la práctica de basquetbol y estaba presentando dificultad para caminar; entonces una amiga que trabajaba en la petrolera (él era muy amiguero) le dijo que conocía a un jardinero en el campo residencial de Corpoven, en Guaraguao, Puerto La Cruz, que tenía facultades para sobar y curar con brebajes, tomas, pócimas, aceite de culebra, frotaciones, ungüentos, rezos y oraciones, y la amiga se ofreció a llevarlo esa tarde a casa del “Faculto” Manuel para que lo atendiera.
Llegaron a casa de Manuel y este los recibió muy amablemente; la amiga los presentó y le explicó el motivo de su visita.  Manuel los invitó a pasar y les ofreció asiento en unas cómodas sillas de mimbre y le pidió a Bert que se quitara el zapato y él sacó una botella con corcho que contenía en su interior una culebra “cascabel” macerándose en ron. Con ese licor le untó el tobillo y le sobó y sobó y sobó, “calentando” la zona afectada para entonces halar el pié duramente y llevar los ligamentos a sus posiciones normales.  Dicen que después del dolor, viene la calma y cuando ya había pasado el dolor, Bert procedió a calzarse; entonces Manuel se levantó, fue hasta la nevera y sacó tres botellitas de cerveza (pintas les llaman en América Central) les brindo a los visitantes; destaparon y chocaron las botellas para decir “salud”.
Entraron a la etapa de cordializar y comenzaron una charla muy amena sobre las costumbres de los pueblos y en determinado momento Manuel le dijo a Bert que le iba a brindar algo que le iba a gustar, entonces fue a la cocina y regresó  con un plato que tenía como una docena de tortillitas, más bien como si fueran tostones o ruedas de papa frita, muy delgadas, bien tostaditas y espolvoreadas con unos granitos de sal.  Alargó el brazo con el plato para que tomaran una. Bert agarró una entre los dedos y la observó, parecía una galleta.  Preguntó con la mirada y Manuel le dijo que lo probara, a la vez que él y la amiga se llevaban a la boca sus “tostones”.
¡Qué cosa tan deliciosa!. Suave y delicada, con ese saborcillo a yema y su poquito de sal; no había necesidad de hincarle el diente porque se diluía en la boca, y era el ingrediente perfecto para acompañar a una cerveza fría o un buen ron.
Las preguntas de rigor no se hicieron esperar:
-   “Qué es esto y cómo se llama?”
Manuel respondió muy concretamente:
-   “Son y se llaman huevos de iguana”
No era necesario agregarle ningún adjetivo, que si fritos, que si sancochados o asados.
Yo creo que la forma universal de preparar y presentar los huevos de iguana es básicamente una sola: Se sancochan los huevos (A diferencia de los de gallina, los huevos de iguana no tienen cáscara) durante 15 minutos y se los saca del agua para que escurran y se terminan de secar con un paño. Una vez secos, se aplastan, con una cuchara o una espátula, sin destrozarlos, hasta semejar una galleta. En una sartén se coloca unas pocas gotas de aceite para evitar que los huevos se peguen, se calienta la sartén y se doran esas “galletitas”, se espolvorean con sal y se guardan (puede ser en el refrigerador) esperando el momento cumbre de acompañar a un buen trago de ron, de whisky o una fría.

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