133 Trasnochando con Bolívar


133  TRASNOCHANDO CON BOLÍVAR
Escrito por Berthing León Villanueva, Lechería, Venezuela, 8 de Noviembre de 2018
Esa noche no tenía clases en la facultad donde estudiaba y en vista de que la noche era larga, decidí acercarme a Economía para ver si conseguía a una amiguita mía, flaca bonita ella, con la cual me resultaba agradable conversar, escucharla y hacer que me escuche “las Mil y Una Noche” que le contaba con mucho agrado y que ella festejaba con una sonrisa que era puuuuro diente, y no es que sea solamente una expresión para indicar que la hacía sonreír, lo que pasaba es que de verdad-verdad cuando sonreía mostraba toda su dentadura y eso me divertía y me contagiaba la risa.
Crucé la avenida La Colmena y qué casualidad, la conseguí justamente cuando ella estaba saliendo porque ya había terminado las clases por esa noche, así es que como la noche era joven y larga, la invité a tomar un café en una de las cafeterías que funcionaban en las cercanías de la universidad. Conversamos y reímos bastante, me imagino que yo le caí a mentiras y ella, no sé, a lo mejor también me contó algunos embustes, pero como yo soy creyente pero no creyón, no le creí; seguimos en esa buena onda y cuando nos percatamos eran más de las 9 de la noche y decidí acompañarla a su casa.
Cuando llegamos a su casa y ya casi despidiéndonos apareció en el lado opuesto de la sala una de sus tías y mi amiga hizo lo que se acostumbra en tales circunstancias, nos presentó y la tía me invitó a que ingresara y tomara asiento, así entonces continuamos la conversación, a la cual se sumó la mamá y la hermana de mi amiga, así conocí en una sola noche a “toda la familia”.
Cerca de las 10 comenzó a llover, esa lluvia limeña que “no moja pero empapa” o como diríamos en Venezuela “una lluvia moja pendejo” entendiendo esta última palabra en su significado de tonto y para indicar que esa lluvia menudita que pareciera que no mojara en realidad si moja y enchumba. Esa garúa limeña comienza suavecita y así se va a mantener durante horas de horas y pudiera durar y sin parar de un día para el otro y yo que estaba saliendo de una gripe, provocó que en esa casa, esas mujeres se preocuparan por mi salud. Me brindaron un té calentito, con limón y cariño y le dijeron o mejor, nos dijeron a mi amiga y a mí, “así no se puede ir, esta lluvia le va a hacer mal, está enfermito, pobrecito, se va a empeorar, mejor es que se quede, le prepararemos un sitio para que pase la noche”.
Y diciendo y haciendo y sin opción a discutir, comenzaron a trasladar a una habitación que estaba habilitada como biblioteca-estudio, unas cobijas y almohadas para acomodar “mi cama” en un mullido sofá de cuero. Cuando me dijeron para que me acomodara en mi aposento por esa noche, me percaté que frente al sofá había un caballete con un marco y lienzo contentivo del retrato de un personaje con los brazos cruzados sobre el pecho y que no podía ser otro que el Libertador Simón Bolívar. En efecto, cuando con la mirada pregunté sobre esa pintura al óleo, mi amiga me dijo que era el original de un retrato elaborado al libertador cuando estuvo de paso por el Cusco.
Todos nos deseamos las buenas noches y me preparé para dormir. Apagué la luz y el estudio-biblioteca quedó en penumbra porque como quedaba en el segundo piso, la luz del poste de alumbrado público filtraba por las persianas, daba directamente al cuadro de Bolívar e iluminaban el rostro y su mirada.
Me resultaba imposible apartar la mirada del cuadro que presentaba a un hombre con uniforme militar y las charreteras de General en Jefe, de rostro ovalado, frente cuadrada y de cejas pobladas, de aspecto austero y reflexivo, de nariz moderadamente aguileña, de mandíbula exageradamente angulosa y ojos negros profundos, tal vez excesivamente próximos (…) éste es el Libertador Bolívar: hombre de dura y larga lucha, jinete infatigable, protagonista capaz de múltiples sacrificios, de gran resistencia, fortalezas, logros y hazañas, claro que como ser humano también tendría miserias y egoísmos, pero eso no podía opacar los heroísmos y la grandeza de sus obras.
Pero esa mirada penetrante de Bolívar no me dejaba descansar. Abría los ojos y ese carajo mirándome, como reclamándome por lo bandido que era yo, por lo pícaro que era en mi comportamiento, por las intenciones (no muy santas) que le tenía a esa flaca, entonces cerraba fuertemente los ojos, y ese coño seguía viéndome, los abría y él allí, viéndome, y me seguía con la mirada.
Y así, ¿cómo carajo podía yo agarrar un sueñito?. Me pasé la noche “en blanco”, no puede dormir ni un solo ratico. Como a las 4 de la madrugada me senté en una silla para mirar hacia la calle pero no había nada que ver porque era una zona residencial, en una calle sin tráfico vehicular y menos a esas horas de la madrugada. Doblé las cobijas, las coloqué encima de la almohada sobre el sofá y esperé como hasta las 5.30 de la mañana cuando se dejaron oír los primeros sonidos de la gente al despertarse. Dejé transcurrir unos minutos y abrí la puerta para saludar y despedirme, pero me dijeron que no podía irme sin tomar un cafecito, que ya se estaba colando. Aproveché para ir al baño, tomé mi café, me despedí y “patitas pa’ que las quiero”, me fui raudamente con la intención de no volver a perturbar la tranquilidad de esa casa y la del libertador.
Después de esa experiencia con mi compañero de cuarto, el Libertador Simón Bolívar, siempre que nos vemos le hago recuerdo de esa larga noche.  Lo quedo mirando y le digo que por culpa suya tuve que alejarme de esa muchacha, y menos mal, porque no hubiera podido soportar a mi sucia conciencia reclamándome por portarme tan mal con ella y con las damas que me atendieron de mil amores esa noche.

Hace poquito tiempo pude contactar a esa linda flaca que se me había perdido en alguna parte del mundo, le pregunté por ese cuadro y me dijo que hacía muchos años, en una subasta de Sotheby lo vendieron a un coleccionista norteamericano y que desconocían su ubicación actual.

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